El carisma que se respira en el barrio de La Latina no es casual: en esta villa en sí misma dentro de Madrid los vecinos se conocen, el dueño del bar sabe qué tomas y las tiendas debajo de casa recogen paquetes en tu nombre si estás ausente. Una suerte de república independiente de factura medieval, en la que se siguen conservando las amplias plazas rodeadas de estrechas calles bautizadas en su gran mayoría por los oficios que en ellas se desempeñaban o con nombres de santos venerados en la zona, al más puro estilo del teocentrismo medieval.

La Plaza de los Carros o de la Cebada y el Madrid gremial de las calles de Yeseros, Tintoreros, Latoneros o la Ribera de Curtidores hacen que sea imposible resistirse a ese encanto medieval que empapa el barrio.

La Latina pertenece al distrito de Palacio y no al homónimo ubicado al sur de la ciudad, y debe su nombre a doña Beatriz Galindo, humanista y preceptora de la familia de los Reyes Católicos. La llamaban la Latina por ser maestra de latín de la reina y sus hijas. A ella se debe la fundación del hospital de La Latina (el   Hospital   de   la   Concepción de la Madre de Dios) en el solar donde hoy se encuentra el Teatro homónimo, así como el monasterio de la Concepción Jerónima y el de la Concepción Francisca.

Y es su historia, junto con esa belleza castiza del Madrid de los Austrias que prácticamente solo este barrio ha conseguido conservar, lo que hace que el barrio de La Latina sea la zona de moda entre las distintas tribus urbanas, en especial quizá las más afines a lo bohemio, al arte y a la vanguardia, sin discriminar urbanitas, sibaritas y bon vivants.

Apunta: entre los imprescindibles de Madrid se encuentran un atardecer desde las Vistillas sobre el Palacio Real, paseo por las calles de La Latina y un latineo o, lo que es lo mismo, una ruta por sus bares.